jueves, 14 de enero de 2010

La tragedia de Haití

Esta vez ha sido la naturaleza que ha descargado su furia sobre el sufrido pueblo haitiano. Un terremoto con una intensidad de 7 en la escala Richter ha dejado el tendal de muertos y heridos, – hoy se habla de 100 mil víctimas, pero como generalmente ocurre en estos tipos de tragedias, tal vez nunca se sabrán cuántos -, en una población de frágiles viviendas que evidentemente se vinieron abajo como castillos de naipes.

Últimamente Haití no había estado en la primera plana de las noticias, y eso a veces es un buen síntoma, para un país cuyos habitantes siempre sufrieron, más que por los efectos naturales, por la naturaleza e incapacidad de sus dirigentes. Poco a poco, parecía que Haití, con la presencia y ayuda de efectivos de las Naciones Unidas, iba saliendo adelante después de sus avatares de luchas políticas y guerras civiles, que como siempre ocurre, lo único que logran es profundizar y agudizar aun más, los problemas sociales de una nación.

Hoy, frente al drama que aqueja a los haitianos, todos debemos sentirnos de alguna manera identificados con éste sufriente pueblo caribeño, y hacer algo para ayudarles en lo material y mostrarles de ésta manera nuestro amor y simpatía en estas horas de angustia y dolor.

Por supuesto, que muchos son los gobiernos, incluido el nuestro que han tomado medidas para ayudar solidariamente al pueblo haitiano, pero creo que desde lo personal deberíamos hacer también nuestro aporte solidario y humanitario. Acerquémonos a las organizaciones de ayuda humanitaria, a la que más confianza nos ofrezca, y dejemos algo que pueda serles de utilidad a nuestros hermanos caribeños.

Recordemos las palabras evangélicas: “todo lo que hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. – Mateo 25:40.

viernes, 8 de enero de 2010

Un testimonio de vida

"¿Qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?" - Mateo 16:26


Hallarse con las manos vacías


"Tenía quince años cuando me puse a jugar al balonmano, y en dieciocho meses formaba parte del equipo nacional junior en Alemania. Hasta mis veinte años, en 1988, no dejé de progresar. Un hermoso porvenir se perfilaba ante mi. Pero todo cambió en 1989, cuando pasé por cuatro intervenciones quirúrgicas y tres más en los años siguientes.

De repente nadie se interesó más por mi. ¿Qué valía yo fuera de mis resultados deportivos? ¿Cuál era el sentido de mi vida fuera del deporte? Forzosamente debía haber algo fuera del balonmano. Al buscar una respuesta me interesé por Dios y por Jesucristo. Hablé con diferentes personas, algunas de las cuales eran jugadoras de balonmano, quienes me hablaron de sus experiencias con Dios. Leyendo la Biblia y orando me volví conciente de una cosa esencial: Dios tenía para mi vida un propósito mucho más elevado que el mío, el cual consistía en llegar a ser una importante figura del balonmano. No me exigía hazañas excepcionales, más deseaba que le confiara mi vida.

¿De qué me servía alcanzar todos mis objetivos deportivos si, al mismo tiempo, me hallaba con las manos vacías? Agradezco a Dios haberme enseñado a tener confianza en él. Ésta es la más grande victoria de mi vida. El gozo que resulta de ello supera ampliamente toda la felicidad que me habían proporcionado mis victorias deportivas". G.S.

Fuente: "La Buena Semilla".